“La tecnología es política”
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“La tecnología es política”
Paola Ricaurte Quijano, investigadora, sostuvo un diálogo con David González Hernández, académico del ITESO, acerca de la cultura digital y la comunicación contemporánea.
Óliver Zazueta
Tendemos a pensar que la virtualidad es intangible, sin embargo, para cualquier tecnología que usamos hay un costo: en materia de energía, en recursos naturales y humanos, siempre hay una tercerización que debe ser motivo de análisis.
Una reflexión sobre la tecnología y sus implicaciones “tecnosociales” fue la que se realizó durante el conversatorio –llevado a cabo de modo presencial y virtual– “Cultura digital y comunicación contemporánea”, organizado por el Departamento de Estudios Socioculturales (Deso) y la Maestría en Comunicación y Cultura, en la Biblioteca Dr. Jorge Villalobos Padilla, SJ, del ITESO, en el que participó Paola Ricaurte Quijano, investigadora del Tecnológico de Monterrey, quien fue interpelada por David González Hernández, académico del Deso.
Ricaurte Quijano, quien es profesora investigadora de tiempo completo de la Escuela de Educación, Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, explicó que, normalmente, en el imaginario, pensamos a las corporaciones tecnológicas –de plataformas como Google, Facebook o YouTube– como corporaciones exclusivas de contenidos, sin embrago, debemos entender que van más allá pues ahora son corporaciones de datos y de servicios de infraestructura, y que estas mismas reproducen los modelos colonialistas y extractivistas del pasado.
“Amazon concentra más de 30 por ciento del mercado de la nube y eso es algo sobre lo que debemos reflexionar. Pensemos que implica el hecho de que la información y los datos públicos están en corporaciones privadas. Tenemos que debatir sobre la seguridad y control sobre los datos que el gobierno le delega a una compañía privada que es transnacional y sobre la cual no hay ningún mecanismo de rendición de cuentas”, explicó.
González Hernández, quien es especialista en estudios culturales y educación para los medios de comunicación, fue haciendo preguntas que Ricaurte respondió, a fin de generar un diálogo entre los asistentes con asuntos como las implicaciones de la agenda tecnológica, los modos de aproximarse hoy en día a la cultura digital, los desafíos entre el pensar del sur y el norte global al respecto y los retos que plantea la inteligencia artificial. Otro de los temas que se puso sobre la mesa, en especial en tiempos electorales, es la poca preocupación en la discusión política sobre el rol y el futuro que la tecnología juega en el país y en las vidas de cada uno de los ciudadanos.
“El tema de la tecnología debería ser un tema central en cualquier proyecto político, porque la tecnología es política. Cualquier decisión que se tome en un país para alcanzar el objetivo de bienestar que se haya planteado, necesita pensar qué lugar ocupa la tecnología, en todas sus expresiones, desde infraestructura básica: electricidad, agua, etcétera; infraestructura de telecomunicaciones, centros de datos, software, en todos los niveles. Si no tomas tú las riendas del desarrollo tecnológico que ocurre en tu contexto o de la gobernanza de la tecnología, estás perdiendo una capacidad de hacer un gobierno posible”, mencionó la investigadora quien es el parte del cuerpo académico de Análisis del Discurso y Semiótica de la Cultura de la Escuela Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (ENAH-INAH) y del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).
“Normalmente se piensa en la tecnología como algo accesorio, muchas veces pensamos que el poder está en una capa superior, pero para mí, usando la idea del poder blando, el ejercicio del gobierno tiene que meterse a las bases de quienes hacen posible ese gobierno, porque si no, estás gestionando recursos pero no estás transformando el orden social. La reflexión sobre los sistemas sociotécnicos, sobre la producción del conocimiento y los sistemas mediáticos, tiene que estar en el centro de cualquier proyecto político y creo que a veces no se articulan de esa manera”.
Ahondar en las reflexiones alrededor de la cultura digital y el poder de sus actores transnacionales significa comenzar a comprender la articulación del colonialismo de datos, la “datificación”, la mediación algorítmica y la automatización de la existencia a la que estamos sometidos la cual llega a incidir en el propio cuerpo y territorio de los individuos que pertenecen a la sociedad del sur global y conduce a desigualdades epistémicas.
“Como latinoamericanos tenemos un etos, una manera de ser, y muchos contextos que no se parecen en nada a los contextos del norte global. Tenemos contextos de violencia cotidiana, pero también otros donde la subjetividad se expresa de muchas maneras. Pensar eso, es pensar en una posibilidad de producir teoría que responda a lo que somos y a lo que nos pasa. La gente tiene que imaginar e inventar vías alternas porque necesitamos sobrevivir y eso es una realidad. Hay mediaciones algorítmicas que son propias de nosotros, que deben ser también miradas desde estos ojos, situados en estos contextos. Tenemos que pensar en culturas digital en plural, porque hay contextos situados, con personas distintas”, expresó.
Ante esto, la académica subrayó la necesidad de entender cómo se transforma la relación de la persona con la maquina y con el conocimiento y del efecto que hay en una relación social y, a su vez, abrir una oportunidad y ciertas condiciones para que personas que no necesariamente estén en ligadas a la academia puedan ser líderes de proyectos de innovación en tecnología asociadas necesidades concretas de los territorios de América Latina, a tratar de revertir los sistemas de violencia, y que se desarrollen en colaboración con las comunidades a las que atienden.
“Tenemos una industria que está concentrada en cinco actores en el mundo occidental, y esto, en términos de asimetría de poder dice mucho. Estas empresas concentran el talento, la capacidad de cómputo y de procesamiento de los datos y son utilizadas por actores poderosos. Para mí sí hay un proceso de violencia sistémica, pues se impone un lenguaje, como en la era colonial, se impuso una región, y una manera de ser. Pensar en eso nos ayuda a situar cuál es nuestra capacidad de incidencia y donde podemos incidir para transformar estas asimetrías que están sucediendo a partir de estos sistemas de tecnología”, dijo.
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